SOBREVIVIENDO AL TERREMOTO.

Habiendo descrito en un post anterior el concepto y características de la alta demanda sigo con el tema, ahora describiendo a grandes rasgos cómo ha sido vivirlo día a día con un terremoto que no para en ningún momento queriendo comerse al mundo desde ya!
"¿Ojos de paloma sigue aún despierta?" Era la pregunta que con frecuencia hacía mi mamá mientras observaba a una bebé que con escasos meses de nacida ya había dado señales de ser alto demandante, la llamaba ojos de paloma porque decía que eran oscuros, siempre abiertos, redondos y a la expectativa, queriendo descubrir algo más, siempre más...
Los primeros meses yo ya no sabía si era mejor el día o la noche, total, terremoto no tenia compasión de mi y quería mi atención en todo momento, ¡todo! no aceptaba otros brazos por más de dos minutos y mucho menos una cuna, sus siestas eran de diez  minutos y si deseaba que durmiera más entonces mis brazos se convertían en su mejor arrullo por más tiempo a cambio de un dolor de espalda terrible. Mi lactancia fue mi mejor aliada en esas madrugadas donde un mínimo movimiento o ruido la despertaba, así que yo y papá dormíamos casi como en sarcófago.
Adiós las visitas a la familia, asistir a lugares cerrados, lugares tan comunes como un consultorio, una oficina, etc.. porque eran motivo de un estruendoso llanto que no tenía fin, papá y yo  terminábamos estresados, confundidos, quedábamos con una sensación inexplicable y nuestra vida social cada vez era menor.
El placer de hacer una comida completa por lo menos fría era un lujo, mil pausas a causa del llanto desesperado exigiendo mi cercanía, mis brazos, era tal el cansancio que muchas veces preferí dejar la comida y dormitar unos minutos antes del nuevo llamado de terremoto. Con la lactancia a demanda necesitaba hidratarme y el desaparecer dos minutos para ir por un vaso con agua era el apocalipsis. Ducharme era de los mayores actos de escapismo, amarrar mi cabello con un chongo o coleta era un lujo, maquillarme ¿qué era eso? Así que iba por la vida con mi cara de cansancio y si acaso algo de gloss en los labios para no confundirme con un zoombie.
Vino el gateo y con eso la actividad aumentó tanto como la demanda de terremoto, el corral no era de su agrado, (así como la cuna) y su sillita para comer era alta y ya había intentado salirse (casi lo logra pero la vi a tiempo) así que mientras intentaba preparar una sopa la cargaba para que no desapareciera de mi vista o intentara algo aventurado, era una kamikaze.
Todo esto y más, mucho más, sucedía todos los días, no éramos ni la bebé ni los papás de revista, todo lo contrario, estábamos perfectos para portada de libro de terror donde el lector más ilusionado en tener hijos se arrepentiría desde la introducción.
Poco antes de cumplir su primer año hubo un día en que me sentí más cansada de lo habitual, no le di importancia y seguí con mi rutina que incluía cargar a terremoto la mayor parte del día al mismo tiempo de realizar otra actividad. A los tres días ya no podía siquiera sostenerme en pie, me sentía muy débil, como flotando, sudaba frío, mi visión era extraña,  me dejé caer...Fui llevada al área de urgencias del hospital  y ahí me aplicaron cuatro medicamentos vía intravenosa. El reporte decía: agotamiento extremo, deshidratación.
La alta demanda de terremoto me había llevado a eso. Yo sabía de las mamás cansadas, ¡sí!, pero no a ese extremo, no al grado de ni siquiera poder tomar un vaso con agua, algo tan normal, tan simple, tan rutinario.
Llevamos casi tres años disfrutando a nuestra hija porque obviamente así como hay días difíciles hay otros muy buenos y ésos nos devuelven la energía necesaria para seguir sobreviviendo a este terremoto y no terminar locos de atar.

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